El Argumentador.
1. El mejor consejo que puede darse a quien desee argumentar bien en el
Derecho o en cualquier otro ámbito es prepararse bien. Picasso decía que la
inspiración existe pero tiene que pillarte trabajando. De manera semejante, la
habilidad dialéctica, argumentativa, existe, pero tiene que pillarte preparado,
conocedor del fondo del asunto. No se puede argumentar bien jurídicamente sin
un buen conocimiento del Derecho, de los materiales jurídicos, y de la teoría
del Derecho, de los instrumentos adecuados para manejar aquellos materiales.
2. Hay aspectos comunes a cualquier tipo de argumentación, pero
también rasgos peculiares de cada campo, de cada tipo de debate. Por ejemplo,
lo que es apropiado para una conferencia (la exposición por extenso de una
tesis) no lo es para el que participa en una mesa redonda: una buena
presentación de la tesis que se desea defender en ese tipo de debate no tiene
por qué ser una “miniconferencia”; lo importante aquí no es efectuar una
exposición completa, exhaustiva, sino más bien clara, razonablemente
informativa, que estimule la discusión y prepare de alguna forma para, al
final, persuadir al auditorio.
3. No se argumenta mejor por decir muchas veces lo mismo, ni por
expresar con muchas palabras lo que podría decirse con muchas menos. La
amplitud excesiva del discurso aumenta las probabilidades de cometer errores y
corre el grave riesgo de provocar hastío en el oyente.
4. En una discusión, en un debate racional, esforzarse porque el otro tenga
razón — como alguna vez propuso Borges— parece demasiado. Pero esforzarse por
entender bien lo que el otro ha dicho es una exigencia moral —en el sentido
amplio de la expresión— que resulta además bastante útil como recurso retórico
o dialéctico: hace más difícil que podamos ser refutados (por ejemplo, con un
«yo no he dicho eso») y aumenta las probabilidades de que nuestros
contendientes estén también dispuestos a entendernos bien.
5. Cuando se argumenta en defensa de una tesis, no estar dispuesto a
conceder nunca nada al adversario es una estrategia incorrecta y equivocada.
Hace difícil o imposible que la discusión pueda proseguir y muestra en quien
adopta esa actitud un rasgo de carácter, la tozudez, que casi nadie aprecia en
los demás. No es, por tanto, un buen camino para lograr la persuasión.
6. Cuando se argumenta con otro, uno puede tener la impresión de que
los argumentos de la parte contraria funcionan como una muralla contra la que
chocan una y otra vez nuestras razones. Por eso, una vez probada la solidez de
esa defensa, lo más aconsejable es ver si uno puede tomar la fortaleza
intentando otra vía. Esa maniobra debe hacerse sin desviar la cuestión. O sea,
no se trata de disparar torcido, sino de disparar desde otro lado, cambiando la
posición.
7. La argumentación no está reñida con el sentido del humor, pero sí
con la pérdida del sentido de la medida. Hay ocasiones en que no es apropiado
hablar en broma (por ejemplo, del holocausto, del genocidio de un régimen
militar...) y hay bromas y bromas. Para distinguir unas de otras, el mecanismo
más simple y efectivo consiste en ponerse en el lugar del que tiene que
soportar la broma.
8. No se argumenta bien por hacer muchas referencias a palabras
prestigiosas, autores de moda, etc. Lo que cuenta es lo que se dice y las
razones que lo avalan: la calidad y fortaleza de esas razones son
responsabilidad exclusiva del que argumenta.
9. Frente a la tendencia, natural quizás en algunas culturas, a irse por
las ramas no cabe otro remedio que insistir una y otra vez en ir al punto, en
fijar cuidadosamente la cuestión.
10. En cada ocasión, hay muchas maneras de argumentar mal y quizás más
de una de hacerlo bien. Este (ligero) apartamiento de la regla de la
multiplicidad del error y la unicidad de la verdad se debe a que en la
argumentación las cuestiones de estilo son importantes. Como ocurre con los
autores literarios, cada persona que argumenta tiene su estilo propio y es él
el que ha de esforzarse, primero, por encontrarlo, y luego, por elaborarlo
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